A la espalda, un abismo. Por delante y a los costados, el pueblo armado acometiendo. El cuartel La Pólvora, en la ciudad de Granada, último reducto de la dictadura, está al caer.
Cuando el coronel se entera de la fuga de Somoza, manda callar las ametralladoras. Los sandinistas también dejan de disparar.
Al rato se abre el portón de hierro del cuartel y aparece el coronel agitando un trapo blanco.
–iNo disparen!
El coronel atraviesa la calle.
–Quiero hablar con el comandante.
Cae el pañuelo que cubre la cara:
–La comandante soy yo –dice Mónica Baltodano, una de las mujeres sandinistas con mando de tropa.
–¿Que qué?
Por boca del coronel, macho altivo, habla la institución militar, vencida pero digna, hombría del pantalón, honor del uniforme:
–¡Yo no me rindo ante una mujer! –ruge el coronel.
Y se rinde.
Por Eduardo Galeano.
Mónica Baltodano
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