jueves, 31 de mayo de 2012

EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CHILENO: EL REFERENTE QUE NO CUAJA

NOTA: La dictadura militar tendría, entre sus principales prioridades desarticular los partidos y movimientos populares y así imponer su modelo neo liberal. Entre una de las particularidades de este proceso fue la clara cazería a los cuadros políticos del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR. Estos "poseían un exacerbado sentido de lucha y todo lo subordinaban a la causa. Desconocían la mayor parte del trabajo clandestino. Unos cayeron con las armas en la mano, Otros fueron detenidos en las calles, en sus casas, delatados por ex camaradas. No dieron ni pidieron tregua en aquella lucha soterrada, sabida por algunos, intuída por otros, ignorada por la inmensa mayoría". Así pues, esto provocaría una crisis en la izquierda que no supera hasta el día de hoy. Gracias a esta atomización, la burguesía  lograria penetrar hábil y rápidamente en todos los ámbitos imaginados: cultura, política, economía, etcétera, fortaleciendo así los aparatos ideológicos y represivos del Estado. Sumado a esto, tenemos un gran número de ex militantes de izquierdas (unos desilusionados del antiguo proyecto chileno, otros chequera en mano) que se pasarian a la "Concertación", ahogando el ideario revolucionario con sus políticas de consensos encargadas de profundizar la hegemonía de la clase dominante, mientras la izquierda aún revolucionaria etsa dispersa y el pueblo aún atemorizado. EN ESTE CONTEXTO ENTRAMOS AL SIGUIENTE ARTÍCULO INTITULADO "EL PARTIDO REVOLUCIONARIO CHILENO: EL REFERENTE QUE NO CUAJA" EXTRAIDO DEL BLOG ALMANAQUE NEGRO.


La dispersión, fragmentación y atomización de la izquierda revolucionaria chilena es un hecho conocido y presente en cada análisis político, llamamiento o propuesta que surge del sector. No existe colectivo, organización, proto- organización, partido o piños que no reconozca el hecho, y que a continuación no se pronuncie "por la necesaria unidad de los revolucionarios". Los intentos de avanzar en esta línea, desarrollados desde diversas vertientes políticas desde fines de los años 80`en adelante son incontables. Tanto como los fracasos. Coordinaciones, Comités de Unidad, Frentes, Partidos Federados, Bloques, y otras herramientas similares se han generado logrando efímeros acuerdos que se disuelven a poco andar.
Quienes fuimos alguna vez militantes del MIR y hoy participamos de otras organizaciones, reflejamos y resumimos la dispersion que no es distinta a la situación de quienes fueron militantes del FPMR, de sectores consecuentes que alguna vez militaron en el PC, o la de los militantes del MAPU Lautaro. Y pongo el ejemplo de militantes que adhirieron a un Programa de Revolucion Proletaria, a una Estrategia de Guerra Popular, a una concepción de Partido de Cuadros. Baste decir que hoy existen ex miristas en el PPD, en el PS, y en numerosas organizaciones de la llamada "izquierda extraparlamentaria", izquierda "desconfiada" o similares, amen de partidos que se reclaman continuadores del MIR. Tampoco es diferente las experiencias militantes de quienes fundaron en los años 90´organizaciones nuevas organizaciones políticas que tampoco lograron superar la dispersión, manteniéndose algunas de ellas tras fracturas y quiebres que a su vez dan nacimiento a nuevos agrupamientos. En principio, nadie duda teóricamente de la necesidad de la unidad. Incluso del recurso leninista de marchar separados pero golpear juntos. Y sin embargo ni eso logramos. Ni siquiera avanzar entre organizaciones que sustentas principios similares.

    Los últimos meses hemos asistido a nuevos procesos de quiebres y reagrupamientos, algunos de ellos debatidos agresivamente hasta en Internet, tanto como los Congresos unitarios o nuevas coordinaciones que ya sabemos duraran algunos meses para desplomarse una vez más.Las características de estas organizaciones son su escasa o nula relación con fuerzas sociales reales, sostener principios y criterios políticos muy generales, escasa capacidad para realizar análisis de la formación social y acceder a un conocimiento más certero de las fuerzas sociales , y una practica localista ligada al asistencialismo, a la lucha reivindicativa que no logra politizarse, y en general con un tipo de militante más agitador y propagandista que constructor de fuerzas y al privilegio de una practica política que apunta más al acuerdo político cupular, a la maniobra, que al proceso de debate y construcción real de fuerzas conscientes, que en definitiva está mas preocupada de ganar un puesto en una federación, centro cultural u organización social a que la organización concreta asuma “la política revolucionaria”. Mas ruidos y fuegos artificiales que fuerzas reales construidas. Los puntos de contradicciones entre las organizaciones, no son distintos a los temas que sacuden a la izquierda a escala internacional, y que en muchos casos son debates y contradicciones que se arrastran desde la aparición del marxismo y el Manifiesto del Partido Comunista, conflictos agravados tras el desplome de los llamados socialismos reales, las derrotas a escala mundial del ascenso revolucionario de los años 60 y 70, y la contrarrevolución mundial desatada por las fuerzas imperialistas y burguesías locales extendida hasta el día de hoy con episodios de resistencias locales y reinstalación de proyectos reformistas particularmente en América latina bajo la caratula de “Socialismo del siglo XXI”. Los temas en debate son muchos: Reforma o revolución; proyectos nacionales o ser parte desde un proyecto o corriente a escala internacional; parlamentarismo o acumulación de fuerzas fuera y en contradicción con el escenario político legal; lucha reivindicativa o lucha política, lucha reivindicativa o asistencialismo, lucha legal o todas las formas de lucha, lucha armada como centro, lucha política como centro, lucha reivindicativa como centro. Estrategia de lucha por el poder de tipo insurreccional, estrategia parlamentarista, estrategia de guerra irregular. Desprendiéndose de lo anterior Partido o Movimiento, Partido de masas o Partido de cuadros. Centralismo Democrático u horizontalidad. Sin embargo, otros elementos que están presentes en la incapacidad de avanzar en procesos unitarios o de convergencia, son las prácticas concretas, las confianzas o desconfianzas que generan los actores políticos concretos y un mundo de subjetividades presentes en estos procesos. Desde este blog nos proponemos ir abordando el tema de la unidad de los revolucionarios en diversos artículos, y nos parece que el texto de Reinaldo Troncoso, del MCR publicado por Rebelión el año 2008 sigue siendo en lo sustancial, un buen punto de partida en el debate. 


    El cinismo, la mentira y la izquierda revolucionaria en Chile.A los hermanos de ruta, a los compañeros de historia, a mis camaradas: a los revolucionarios. Hace ya mucho que la izquierda y los revolucionarios fuimos derrotados por nuestros enemigos de clase. Y hace ya tiempo también, que la izquierda y los revolucionarios nos empeñamos por superar esta derrota e iniciar nuevamente un proceso de reconstrucción orgánica, de rearme ideológico y de recomposición moral. En función de esta necesidad histórica, nos servimos de la experiencia y del legado moral que las generaciones anteriores nos dejaron como lecciones de consecuencia, entrega, combatividad, heroísmo y compromiso revolucionario. De este pasado extraemos los valores y principios que sostienen y dan posibilidad de futuro a nuestra lucha, y desde estos valores, hacemos los esfuerzos por levantar la estructura que sea la fortaleza de nuestras ideas y de nuestra práctica de clase. Sin embargo, hace ya mucho también que, los valores del enemigo se han hecho parte del acervo cultural de gran parte de esta izquierda y por lo mismo, los empeños que se invierten para remontar la lucha revolucionaria se retrasan y nuestros objetivos se vuelven una y otra vez a postergar en el tiempo. En casi 20 años, hemos ensayado cientos de fórmulas para salir del atolladero. Están como experiencia, desde los círculos de estudios y formación, pasando por los colectivos sociales y políticos, hasta repitiendo más de una vez la idea de los frentes y la organización de partido. Casi inexcusablemente nos hemos sentido necesarios y hasta imprescindibles en aquellas dinámicas. Nos parece por lo tanto, muy justo, valorar y considerar como un gran y significativo aporte, cada uno de los esfuerzos realizados en estas casi dos décadas de subsistencia política. Parte de los años ochenta, todos los años noventa y los ya dos tercios recorridos de la primera década de este nuevo siglo, se pueden caracterizar como un periodo copado de muchos y variados esfuerzos que en lo fundamental apuntaron a retomar la iniciativa estratégica, pero, lamentablemente sobre un escenario vacío de los principales antagonistas: la clase obrera y el pueblo. Una pequeña franja de jóvenes acompañados de unos pocos ex militantes, constituyeron la nueva fuerza de luchadores que, enfrentaban como realidad un modelo económico en crisis, pero, funcionando dentro de estructuras de dominación política ya suficientemente consolidadas; además de situarse al frente de una clase dominante unida estratégicamente y con una gran capacidad de administración, que les hizo posible prolongar hasta hoy las dificultades estructurales del modelo y su colapso. Este será el contexto que en primer lugar hará inoperante la retoma de la iniciativa. El reflujo social y político, no pulsado con rigor por esta nueva generación, significó profundizar los niveles de atomización a esta izquierda consecuente y a los revolucionarios, aislándonos aún más de las mayorías que ya habían encaminado su rumbo por los senderos del consenso burgués.
    LOS CAMINOS HACIA EL PANTANO Las ofertas culturales del capitalismo encontraron su terreno fértil en los fenómenos de atomización orgánica, fragmentación social y dispersión ideológica de los sectores obreros y populares, incluidos en estos, obviamente, la izquierda y los revolucionarios. Difícilmente los pequeños grupos que enfrentaban de manera activa al sistema, podrían mellar con sus acciones al contenido atrayente del “bienestar” consumista, al afán individualista y a la alienante competencia dada para complacer el arribismo social que había inoculado el sistema en cada una de las cabezas “ciudadanas”. La marcha por el endeudamiento y por el sobre endeudamiento ya se había iniciado en la década de los setenta y en los ochenta las tarjetas de crédito lucían brillantes hasta en las billeteras de muchos militantes de la izquierda anti-sistémica. Las justificaciones para legitimar tamañas novedades iban y venían del mismo modo que la Concertación justificaba la interminable “transición” a “la democracia”. La nueva fuerza, intentaba ser un baluarte de justicia frente a las mentiras y falsas promesas de los sectores dominantes, y su rechazo ético al sistema que tenía como contraparte la moda del pragmatismo político, la convertía en una izquierda marginal y distanciada de los espacios ocupados por las mayorías que, sólo ponían atención a las ofertas del gran capital financiero internacional. Difícilmente esta franja de revolucionarios pudo quedar libre de alguna contaminación ideológica burguesa, sobre todo en las condiciones de auto-“marginalidad” que asume. La identidad que se busca rescatar, definitivamente se altera o se pierde, cuando sin darse cuenta abre espacio en su seno, a todo un andamiaje conceptual dentro del cual la idea de diversidad, se constituye en un importante eje de desarrollo ideológico que, la propia clase dominante había elevado como la propuesta preferente de su consenso inter-burgués. Colocada en una situación de minoría; sin contar con espacios amplios de gravitación social; sin el ejercicio del debate al interior de una ausente clase obrera independiente y activa, crítica y con capacidad de control moral; sin la oportunidad de confrontar las ideas de cara a los acontecimientos históricos. En definitiva, esta izquierda revolucionaria minoritaria, se enreda y confunde con sus auto-referencias y sus “verdades propias”, perdiendo así el norte dialéctico de su dinámica, para finalmente caer cautiva de marxismos sui generis que, han resultado altamente nocivos y hasta contrarrevolucionarios en sus premisas. La constatación que se advierte y que resulta dialéctica en su naturaleza, es que no será posible constituir a la clase para sí, sin la existencia del instrumento organizador, educador y conductor de los trabajadores y el pueblo: el Partido Revolucionario. Así también, no será nunca posible sostener en el tiempo la naturaleza revolucionaria del Partido de la clase, si no se cuenta con una Fuerza Social Revolucionaria activa y que desarrolle un protagonismo transformador en los ámbitos políticos, económicos y sociales. Esta retroalimentación entre partido y masas será la condición que allane el proceso de acumulación de fuerzas y le devuelva a las masas su soberanía y poder político. Lo que ahora está dado, es una frágil voluntad por dotar a la experiencia militante, de los conocimientos y de los principios que den consistencia y rigor científico a la tarea de edificación del polo revolucionario y que sea alternativo en todos los sentidos al bloque dominante. Para entendernos, haremos un recorrido temporal sucinto, a las fases de desarme de la izquierda revolucionaria, y él como hemos caído en el actual momento de descomposición que arrastramos ya desde hace dos décadas, y que han acentuado la crisis del campo popular y prolongado en el tiempo el vacío de conducción revolucionaria. 1. A fines de los años 80 la crisis de la izquierda deriva en a lo menos tres situaciones negativa que instalan una correlación de fuerzas desfavorable para los sectores dominados y serían las siguientes: o Capitulación y subordinación de un sector importante de la izquierda al proyecto de la oposición burguesa. Año 86-87. El Partido Socialista Almeyda, se integra a la “Alianza Democrática” y arrastra al Partido Comunista a la demanda de elecciones libres, legitimando con ello el itinerario político diseñado por el Departamento de Estado Norteamericano, para el término de la dictadura y que llamaron “Acuerdo Nacional”. o El Partido Socialista, el Partido Comunista y el equipo de Alianzas del MIR, deciden cancelar la experiencia del Movimiento Democrático Popular (MDP) en el intento de posibilitar un acuerdo político con la “Alianza Democrática” (Mesa Política Privada) y deciden el impulso de “Las Mesas de Concertación” sustituyendo con ello a “Las Coordinadoras de Masas” que tenían un carácter más ofensivo y rupturista y que expresaban un protagonismo más directo de los sectores sociales. Se abandona al nivel cupular, la lucha democrática independiente y se reflotan en el PC y PS las viejas concepciones reformistas, estimulando a los sectores sociales a que se subordinen a la táctica burguesa opositora que levantó como referente central un organismo cupular que llamaron “La Asamblea de la Civilidad”, instrumento que asume como tarea, encabezar las negociaciones con el instrumento pro-gobierno, “El Acuerdo Nacional”. o Como resultado del abandono de la lucha popular independiente, se comienzan a manifestar fisuras en la izquierda y en los sectores revolucionarios. Este proceso deriva en una crisis generalizada que termina produciendo la división de los partidos cuya expresión se traduce en la generación de un polo reformista y otro revolucionario. El reformismo se realinea sumando además en esta iniciativa a la militancia escindida de los sectores revolucionarios.
     

    En el intento de disputarle la influencia a la oposición burguesa, constituye para la ocasión el partido electoral PAIS, que representó el absoluto divorcio con los objetivos históricos de la izquierda e incluso con los objetivos de clase del reformismo obrero de antaño. Son entonces, las profundas debilidades de los revolucionarios y las explícitas posturas capitulacionistas y conciliadoras del reformismo de izquierda, los que posibilitan la derrota ideológica de los sectores obreros y populares, que se sumará a la ya consumada derrota político-militar de la franja revolucionaria. El reflujo comenzado a mitad del año 1986 (año decisivo) con el aborto de la táctica del “Alzamiento Democrático de Masas” y la consiguiente frustración que significó para los sectores más avanzados en conciencia, devino en un fuerte y negativo impacto moral para la resistencia obrera y popular. El importante, significativo y provechoso estado de cohesión ideológico que se había logrado a lo largo del proceso de acumulación de fuerzas en el desarrollo de la lucha antidictatorial, se eclipsa de modo abrupto y comienzan a operar con respecto a las condiciones objetivas, formas de ver y entender los hechos que difieren radicalmente de los análisis marxistas de la realidad; por lo tanto se pierde la visión científica acerca de los acontecimientos. Las lecturas de la realidad, comienzan a tener en el seno de la propia izquierda revolucionaria un sesgo unilateral y absolutamente relativo, lo cual dio para que algunos intelectuales y líderes se rindiesen acríticamente al proyecto burgués opositor a la dictadura. Tales ejercicios intelectuales que van incidiendo en la experiencia práctica de los militantes, determinan el fortalecimiento de la renovación socialista, que en algún momento se batió en retirada, pero que dada esta crisis irrumpe con nuevos bríos, hermanada a sus nuevos camaradas ideológicos: los miristas y comunistas renegados. Sin constituir estos sectores un bloque único, se identifican con el discurso de ir valorando al interior del campo obrero y popular la democracia burguesa, y arriban a entenderla como un sistema justo, neutral y sin apellido de clase, legitimándola como opción política. La atomización se extiende como fenómeno político y social y la dispersión ideológica va dividiendo y subdividiendo a los revolucionarios, haciendo que en los pequeños grupos “el tuerto en el país de los ciegos se convierta en rey”. 2. Fukuyama y el postmodernismo se perfilan como la moda intelectual de los 90. Con el derrumbe del socialismo real, muchos de los pensadores de la izquierda ya centrista o ya reformista involucionan, comienzan a confesar culpas y reniegan de sus principios para compartir la misma mesa con el enemigo de ayer. En el campo revolucionario las visiones autonomistas y el caudillismo empiezan a erosionar los cimientos valóricos; al punto de convertir muchas experiencias orgánicas en los “laboratorios de experimentación” de los complejos psicológicos de militantes seducidos por los afanes de figuración personal. Con justa razón se entendió el surgimiento de los colectivos, como la forma más genuina de la crisis y derrota de la izquierda y los revolucionarios, esta forma de organización representó el estado concreto de la atomización en el que había caído de manera lamentable la izquierda reformista como revolucionaria. En los colectivos, que aparentaban las maneras democráticas con su horizontalismo a ultranza, es en donde más patente quedó el profundo grado de distanciamiento y divorcio de la izquierda con las grandes mayorías. En los colectivos, la izquierda y los revolucionarios nos mentíamos un papel de vanguardia y liderazgo que no poseíamos y que engañosamente nos iba ovillando hasta hacernos mirar nuestro propio ombligo. Los nuevos dirigentes y líderes, particularmente los elementos más jóvenes, desarrollan su rol y responsabilidad con un déficit significativo de preparación teórica; es más, muchos de ellos asumen la cruzada de descalificar todo esfuerzo que tienda a explicar los hechos desde una plataforma analítica. La soberbia y arrogancia caracterizaron en muchos espacios de encuentro de la izquierda, la conducta y actitud política de los militantes organizados en colectivos. El desprecio y rechazo a los militantes que intentaron una postura de evaluación intelectual de lo coyuntural, fue una conducta recurrente, el intento de análisis simplemente fue tratado como un ejercicio inútil, “pajero” y denso frente a opciones de naturaleza voluntaristas, espontaneistas y que sus actores reivindicaron como lo único válido, en tanto se trataba de una práctica de enfrentamiento directo con los aparatos represivos en la lucha callejera. 3. LUCHAR, LUCHAR, PERO SIN OBJETIVOS CLAROS Lo antisistémico, sintetizó el voluntarismo colectivista de casi dos décadas. A finales de los 80 y toda la década del 90, al margen de todo análisis e indiferentes de donde estaba situada la mayoría, se yerguen en la escena política nacional cientos de átomos políticos y sociales que pretendieron dar cuenta de los antagonismos de clase, paradójicamente soslayando el sentido y análisis de clases de tales enfrentamientos. Sin duda que el marco de fondo apuntaba a las falsas promesas, al populismo y demagogia de la clase dominante, que rápidamente había homogenizado sus intereses y que ya caminaban orientados por el “Consenso de Washington”. El radicalismo de la nueva generación, no hilaba ni pretendía hilar fino. Para estos actores políticos y sociales, todo olía a podredumbre y lo único que restaba era la acción directa de masas, aunque sin masas. La consigna que reflejaba este ánimo la construyeron el año 96, los estudiantes universitarios de la USACH: “Si las calles arden es porque aquí no ha cambiado nada”. Sin embargo, siendo razonable lo que esta consigna resumía, lo que no se entendía a nuestro juicio, era la relación dialéctica y directa entre la derrota y la superestructura ideológica del régimen, erigido para conducir la nueva etapa del Estado burgués. En este sentido, el nuevo liderazgo revolucionario, pierde de vista al Estado como el instrumento desde el cual la burguesía proyecta su dominación en el terreno de las ideas, y lo ven como un factor pasivo que no produce ni concentra la dominación, de ahí que no se sienta la urgencia ni la obligación de elaborar un programa que represente una concepción integral de sociedad y que nutra teóricamente las aspiraciones populares del momento, respecto de posturas como estas Lenin nos dice que: “La lucha por arrancar a las masas trabajadoras de la influencia de la burguesía en general y de la burguesía imperialista en particular, es imposible sin una lucha contra los prejuicios oportunistas relativos al "Estado".” ( 1 ), es bueno señalar que el contexto de las postrimerías de los 90, se muestra como la etapa de mayor dispersión ideológica en el seno de la izquierda y los revolucionarios. En este tiempo, en muchos colectivos comienza a cobrar fuerza la crítica al partidismo, se reivindica como más legítima la militancia social y de manera progresiva se va instalando una suerte de gremialismo de izquierda que; establece una dicotomía entre lo social y lo político e irrumpe con el discurso del autonomismo social y la idea de diversidad como negación a la homogeneidad de clase. El nuevo liderazgo comete el error de ver y sentir como enemigo a las políticas (las agendas), a los planes coyunturales, a las medidas temporales que toma la burguesía para resolver sus problemas y proyectar sus intereses. No logra ver el conjunto de factores que intervienen en la lucha de clases y que configuran en la historia el reflejo estratégico de su poder e intereses. De ahí el carácter cortoplacista que tuvo todo el accionar de la izquierda y los revolucionarios a finales de los 90, justamente porque no estaba entendido el rol del Estado aún en condiciones de democracia burguesa formal. Lenin nos recuerda desde el marxismo que: ”EI Estado es el producto y la manifestación del carácter irreconciliable de las contradicciones de clase. El Estado surge en el sitio, en el momento y en el grado en que las contradicciones de clase no pueden, objetivamente, conciliarse. Y viceversa: la existencia del Estado demuestra que las contradicciones de clase son irreconciliables.” ( 2 ) La verdad es que en esta década se instaló un negativo fenómeno, que convirtió los espacios políticos y sociales en terrenos tremendamente áridos para el desarrollo del debate y la discusión, con la altura de miras que se precisaba para momentos tan adversos y complicados y que conformó la etapa más característica del reflujo de la clase. ( 1 ). Lenin. V.I. “El Estado y la Revolución”. Pág, 2. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín 1975. 1ª edición 1966. (2). Lenin. V.I. “El Estado y la Revolución”. Pág, 7. Ediciones en lenguas extranjeras. Pekín 1975. 1ª edición 1966. A mitad de los 90 se va configurando un estado de miseria intelectual que nos permitiría hablar del comienzo de un analfabetismo cultural, situación que precisamente pone la ciencia a larga distancia de la práctica política y social. La inteligencia es exiliada institucionalmente de las universidades y de aquellos espacios que la hicieron en un momento su hija predilecta y legítima; como eran los medios de comunicación social y las tribunas de los centros de estudios e investigaciones; de paso se le niega hospedaje en los sindicatos y en las organizaciones populares. En este periodo, la inteligencia no contó en el mundo obrero con aliados, como si los tuvo en los comienzos del siglo XX con Luís Emilio Recabarren, Elías Lafferte y tantos excelentes autodidactas del campo de los oprimidos, que la cultivaron y le dieron un lugar privilegiado en la marcha de los humildes hacia el saber y en la conformación de la conciencia de clase. Mientras la mayoría de los viejos militantes se divorciaba de su matriz teórica, para incursionar en muchos casos en terrenos idealistas, los jóvenes de los activos políticos, también en su mayoría despreciaban el intelecto y combatían en el ejercicio político la necesidad de estudiar, reflexionar y debatir a la luz de grandes ideas. Hacer el intento por sistematizar los recorridos históricos, sintetizar la experiencia o analizar el básico estado de las relaciones sociales, era necesariamente un enfrentamiento aparentemente generacional porque, este intento a favor del pensamiento y del desarrollo del pensamiento, era insultado como anacrónico, como desfasado o simple y vulgarmente tratado de “paja mental” por gente que supuestamente nos quedamos en el pasado. Al abrigo de estas circunstancias, los viejos y los nuevos militantes participamos e hicimos nuestras experiencias, y cada uno llevó la impronta de estos prejuicios y las distorsiones de querer avanzar sin la referencia teórica que, nos posibilitara orientar y ordenar nuestra marcha como explotados y oprimidos del capitalismo. En algún momento se asumió una suerte de acuerdo tácito, que en los espacios de discusión soslayaba recurrentemente los temas estratégicos, argumentándose que estos no nos acercaban y que por el contrario eran causa de división y retraso en la unidad. Esta posición que compartían muchos colectivos, cada día que pasaba era desmentida como una falsa postura y quedó demostrado que a la postre, tales argumentaciones, no fueron más que la gran justificación y el gran pretexto que utilizaron los caudillos para mantener a toda costa sus pequeñas propiedades o capillas político-ideológicas. Tarde nos dimos cuenta que la omisión de los grandes temas de fondo o estratégicos, nos condenaba a una eterna postergación del proceso de reconstrucción orgánico, el rearme teórico y el desarrollo de la conciencia de clase. Obviamente, censurada esta discusión, los diferentes colectivos y/o pequeños partidos de la izquierda y los revolucionarios, nos estábamos negando la incorporación en el debate y la discusión, de toda la base científica desde la cual podía edificarse nuestra concepción del mundo y de la historia. Mientras el enemigo consolidaba sus formas de dominación, inyectando en cada tramo de sus aplicaciones prácticas, la mayor cantidad de elementos “científicos”, aún cuando tales premisas se correspondiesen con las corrientes teóricas más unilaterales en la forma de explicarse los fenómenos de la realidad: Aún cuando, los modelos epistemológicos no superaran las nociones del empirismo, el sensorialismo y toda suerte de familiaridad argumentativa con el neo-positivismo. La clase dominante fue capaz de imponernos un “Consenso de Washington” que volvía a poner de pie los esquemas conservadores de la propiedad privada de los medios de producción, esta vez, sobre la base de una consistente revolución tecnológica de la cibernética y la informática, avances extraordinarios con los cuales se respalda toda la dinámica financiera y especulativa del gran capital imperialista. Así las pequeñas y grandes batallas del capital financiero internacional por una holgada hegemonía en el planeta, contó a cada momento, de una gran asistencia técnica e intelectual que hizo su juego seguro y exitoso. En estos casos, el ítem “asesoría” no pudo estar ausente de ningún presupuesto que pretendiera el financiamiento de cualquier estrategia de poder. De este modo, la clase dominante cubre todos sus espacios de planificación, con grandes y afiatados equipos de tecnócratas que a su vez se constituyen en sus representantes políticos. Al revés, en el campo popular, los actores orgánicos, desmerecían la labor de los intelectuales y asumían la lucha callejera como el único resorte de reconstrucción posible. CUANDO LA RAZÓN NO NOS ASISTE La década de los 90 que pudo ser un periodo de aprendizaje de lecciones históricas, un momento de autocrítica y de corrección de los métodos de construcción, un momento de análisis y profundización teórica; lamentablemente se convierte en una etapa de autodesarme, de divisiones y subdivisiones, de fragmentación social y de dispersión en el plano de las ideas. Pero también, se convirtió para las nuevas generaciones de activos políticos y sociales, en un momento de ruptura con todo aquello que les pareciera causa de la derrota. Los militantes de los 60 y de los 70 no fuimos capaces –según ellos- de tomar el cielo por asalto y heredarles una sociedad nueva en la cual volcar todo su ímpetu imaginativo y creativo y el gran reproche que se instala, es que fuimos demasiados intelectuales y poco prácticos en el terreno de la lucha por el poder. Que particularmente los partidos de la izquierda revolucionaria, gastamos demasiado tiempo y energía en elaborados diagnósticos; pero, nos hicimos incapaces e impotentes para imponer revolucionariamente el remedio que nuestras sociedades necesitaban. La nueva hornada de jóvenes izquierdistas, ponen en entredicho, no sólo los métodos de lucha, no sólo el modelo orgánico, sino algo mucho más importante: la teoría revolucionaria. En razón de estos cuestionamientos, se abren grandes flancos de crítica al marxismo, particularmente a lo que se supone, sería su variable stalinista. Es aquí donde el postmodernismo arremete con sus juicios escepticistas y poniendo el acento en la derrota, logra legitimar y justificar las visiones del radicalismo pequeño-burgués que posibilita el desarrollo de expresiones orgánicas seudo-anarquistas, que extrañamente conocen poco de Max Stimer, Proudhom, Bakunin, Malatesta, Kropotkin. Esta generación expresaba aversión al ejercicio intelectual, por lo mismo construyen sus argumentaciones con lecturas fragmentarias y desarrollan clichés sub-culturales que se asientan fundamentalmente en la irreverencia como conducta o comportamiento social. Junto con el advenimiento de la Concertación como coalición de gobierno, el terreno de la izquierda y los revolucionarios, por los varios factores que ya hemos señalado en esta reflexión, como ya lo dijimos, se muestra como un espacio árido. Con una clase obrera y con amplias capaz populares inmersas en un reflujo social y político profundo, atentos sólo a los cantos de sirena de la clase dominante. La vieja y nueva militancia queda reducida a pequeñas organizaciones, que más se asemejan a las estructuras de círculos de discusión política en tiempos de derrota. Es en estos espacios donde comienzan a cultivarse las desviaciones ideológicas, las trancas morales y los prejuicios que hacen crecer la desconfianza hacia uno u otro colectivo que se entienda como el rival o competidor, dentro de un falso proceso de acumulación de fuerzas que, precisamente por su naturaleza falaz, no convierte a ninguna de las orgánicas en la vanguardia revolucionaria que pretenden ser. Desde entonces a esta parte, la experiencia de la izquierda revolucionaria ha sido un permanente ciclo de encuentros y desencuentros, fusiones y divisiones que validan y confirman una y otra vez la egolatría y el personalismo enfermizo de los caudillos o “patrones de fundo” de las pequeñas capillas ideológicas. Ellos se nutren de las descalificaciones, de las injurias y vilipendios que lanzan contra aquellos militantes que les “roban protagonismo” o que demuestran ser más consecuentes, más capaces y más ejecutivos que ellos en la realización de las tareas revolucionarias. Estos caudillos que han surgido bajo el amparo de las debilidades de la izquierda y los revolucionarios, bajo la atmósfera de mediocridad que despliega la decadencia valórica del capitalismo, ellos y sus acólitos no sólo han retrasado los procesos de reconstrucción orgánica, de unidad estratégica de los revolucionarios, sino que peor aún, premeditadamente se han propuesto enturbiar los vínculos básicos de relaciones y acuerdos, desde los cuales se pueden trabajar las confianzas políticas para avanzar hacia propósitos de acumulación y crecimiento de la influencia de los revolucionarios en el seno del pueblo. Es mucho ya el tiempo y son muchos los años en que han operado como si fuesen una quinta columna del enemigo. Muchas veces su conducta política ha resultado mucho más dañina que las tareas de zapa de los agentes del enemigo, y siguen en nuestras filas sin que ninguno, hasta hoy, hayamos tenido la capacidad de neutralizarlos o derechamente expulsarlos de las filas revolucionarias. NO ECHAR LA CULPA AL EMPEDRADO Hoy nos hacemos testigos de la reactivación social de algunos sectores de trabajadores y de algunos sectores del pueblo. Son sin duda, aquellos sectores que más contradicciones tienen con el modelo, y la lucha que han emprendido es una lucha valiosa, importante, pero de naturaleza economicista. De ninguno de los enfrentamientos dados, podemos rescatar un trasfondo político que cuestione los pilares de sustento del modelo y que serían el origen de los problemas por los cuales se movilizan. Aun cuando algunas orgánicas políticas, quieran ver en estas expresiones de protesta y descontento, un giro en las condiciones subjetivas y declarar que la lucha reivindicativa actual, se acompaña de un avance en la conciencia de clase de estos actores sociales, y que nos encontramos a las puertas de un nuevo periodo de la lucha de clases, pensamos hay una gran equivocación. Si bien estas dinámicas tienen niveles satisfactorios de organización y cuentan con liderazgo social, no es menos cierto que, tanto la organización como su liderazgo, manifiestan como contenido una demanda social de carácter sectorial, que precisamente, no asume el conjunto de problemas económicos, sociales y políticos que de ser tomados en cuenta, daría lugar a una plataforma más integral de lucha democrático-popular, y que reflejaría por lo tanto, un estadio mucho más elevado de conciencia. Frente a estos embrionarios niveles de reactivación social, está presente otra realidad, pero que se plantea desde su ángulo negativo: el vacío de conducción revolucionaria. Si bien el enemigo de clase cumple con su cuota de causal en esta situación de debilidad y dispersión de los revolucionarios, también es real que otras causas y otros factores que condicionan la existencia de una dirección revolucionaria, se encuentran en nuestras propias filas. En este sentido, es bueno agudizar el sentido político y darnos cuenta que en nuestras propias organizaciones puede estar solapadamente presente el reformismo obrero o pequeño–burgués; puede estar el defensismo de izquierda, cuyas posturas centristas, se enuncian al interior de las organizaciones con postulados vacilantes que postergan permanentemente las tareas revolucionarias, so pretexto de que las condiciones objetivas nunca están maduras para la intervención de los revolucionarios; y el radicalismo pequeño-burgués que a diferencia de los defensistas, proclaman coyunturalmente posturas ofensivas y radicales, pero que están carentes de finalidades programáticas y objetivos estratégicos. En esta última concepción, nos encontramos con los elementos más perniciosos en cuanto a las desviaciones ideológicas que se manifiestan en nuestras filas. El radicalismo pequeño burgués suele ser por razones de extracción social, una tendencia de características negativa y peligrosa en la organización revolucionaria, por su afán de poder y de control de la estructura orgánica y en razón de una auto-percepción mesiánica, que pone en duda la capacidad teórica y política de conducción de aquellos militantes que no participan de su camarilla y de su política de pequeño círculo al interior de la organización revolucionaria; legitimando de este modo y en los hechos el fraccionalismo y la conducta tendenciosa solapada, encubierta, y que atenta permanentemente contra el Centralismo Democrático. Despliegan desde el pequeño grupo la actitud insidiosa contra cualquier militante que anule o ponga en peligro su influencia, y mediante artimañas como la mentira y el descrédito de sus “rivales” u oponentes, imponerse en su condición de minoría oportunista y con toda la carencia de moral revolucionaria que los caracteriza. Podemos decir por ello, que la etapa de descomposición en las filas revolucionarias, no ha llegado aún al fondo, y que todavía tenemos que andar un importante trecho de avances y reveses, hasta que no nos hagamos capaces de decantar, toda la escoria que la tamaña crisis vivida nos ha adosado al cuerpo orgánico-político. Lenin también nos alecciona, cuando en la crisis del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, debió enfrentar las posiciones solapadas y engañosas de Martov y desenmascarar el discurso aparentemente revolucionario de una minoría, que de manera oportunista y falsa se apartaba de los principios y de la práctica revolucionaria, intentando dar una y otra vez golpes arteros a la disciplina, a la democracia interna y a la moral de la militancia revolucionaria. Lenin, les dijo con franqueza y acompañado de su temple teórico, que los vacilantes, que los cobardes, que los oportunistas, podían si así lo deseaban, caminar hacia el pantano, pero que soltaran las manos de los militantes honestos y se fuesen solos a las trincheras de la contrarrevolución. Y así fue, Martov y su camarilla terminaron como (mencheviques) minoría engrosando las filas de los enemigos del proletariado. Podemos decir entonces, que la historia vuelve a dejarnos lecciones, que lo que ahora nos toca vivir, como una lamentable etapa de descomposición política y moral de algunos segmentos de la izquierda y los revolucionarios, se establece como una relación dialéctica de situaciones en la que el enfrentamiento de clases y no otro fenómeno, explica las causas y los efectos de la derrota obrera y popular, explica las necesidades y casualidades en el proceso de acumulación, aquilatamiento y finalmente desplome de la fuerza social revolucionaria, es decir, la lucha de clases explica todo el balance posible de un prolongado proceso de construcción político, social e ideológico y el carácter histórico de los enfrentamientos así como el revés objetivo de los sectores dominados traducidos en bajas de sus dirigentes y cuadros, por lo tanto, la lucha de clases explica también el descabezamiento de toda su fuerza. Pero también, poniendo atención a las contradicciones históricas, podemos integrar al análisis otra categoría de la dialéctica materialista: la relación contenido-forma, para poder explicarnos que, toda crisis y toda derrota, es el resultado provisional de la puesta a prueba de todo lo que táctica y estratégicamente se concibió como el movimiento histórico de los explotados, y en un periodo determinado de tiempo de la lucha de clases. Si es que hubo análisis y análisis riguroso, como amerita y exige una derrota, sea esta de orden táctico o estratégico; es bueno preguntarse ¿qué elementos de la ofensiva contrarrevolucionaria integró el balance? Hay que preguntar ¿qué elementos del alza (periodo-UP) y posterior reflujo de las masas fue considerado en el análisis? ¿Qué elementos de la reorganización y de la etapa de resistencia (periodo-post-golpe) fue tomado en cuenta en la reflexión? ¿Cómo se asume y que características concretas tuvo el relevo (periodo de instauración del Modelo Económico) de los dirigentes y cuadros presos, desaparecidos y muertos, en el proceso de reconstrucción y rearme de la izquierda y los revolucionarios? ¿Quiénes y cómo asumen y se asumen las tareas de conducción del nuevo periodo? ¿Qué capacidades y qué herramientas se utilizaron para definir la dirección revolucionaria del enfrentamiento? Cómo respondemos al hecho de que, durante dos décadas, la crisis, lejos de resolverse se haya profundizado, y que producto de esta profundización se haya mantenido por ya tanto tiempo el reflujo de los sectores obreros y populares y que la derrota lejos de superarse se haya convertido en descomposición moral y desarme orgánico-político. No es en absoluto malo, poseer aunque sea una pequeña dosis de humildad, para reconocer, que nos ha faltado capacidad en muchos terrenos, capacidad y habilidad para estar a la altura del desafió revolucionario de acompañar a los sectores obreros y populares en este periodo de derrota y reflujo, contar con una visión certera, con una propuesta de trabajo clara, lúcida, poseer un empeño enérgico y estimulador de la voluntad social y política. Reconocer con honradez, que desde el punto vista teórico y práctico hemos estado a kilómetros de distancia de la contextura política y moral de nuestros héroes, aquellos camaradas caídos en la lucha y a los cuales decimos seguir en su ejemplo de coherencia revolucionaria. En periodos de costos políticos y sociales enormes para la clase, no se puede mirar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga que hay en el propio, hacerlo es caer en una vergonzosa actitud oportunista que no nos ayuda a avanzar siquiera un paso. El reformismo pequeño burgués que se posesiono en la dirigencia de la izquierda, lo mismo que el radicalismo pequeño-burgués, establecieron sus opciones frente al capitalismo, hacen sus propias rutas, caminos zigzagueantes y decisiones de conciliación que traicionan y confunden los rumbos de los trabajadores y los sectores populares. Allá ellos, pero los revolucionarios no podemos transformarlos en los objetos de nuestra política, nuestros destinatarios siempre son y deben ser los explotados y oprimidos, estén estos influenciados por las corrientes ideológicas que sean, nuestra misión es convencerlos y ganarlos para las filas de la revolución social. Tenemos demasiado que hacer y en condiciones de tanta debilidad y frente a tanta adversidad, que no podemos ni debemos distraernos ni desgastarnos políticamente con los amigos del pantano. Hay que girar la cabeza dirigir la mirada hacia las masas y exhortarlas a levantarse, a ponerse de pie e iniciar el camino de la lucha. A pesar de la crisis del sistema, los cambios revolucionarios no están a la vuelta de la esquina. Muy por el contrario, con la enorme maquinaria publicitaria del capitalismo, nuestra tarea de reconstrucción, en las actuales condiciones de dispersión, se reduce enormemente y nos hace avanzar con gran dificultad. Hasta ahora, hemos desplegado liderazgos débiles y aislados de los escenarios más dinámicos de la lucha de clases. Por esta razón, urge que en la conciencia de la militancia revolucionaria se instale con absoluta lucidez la necesidad científica de la UNIDAD REVOLUCIONARIA precisamente con un sentido mayúsculo. Si no se logra comprender que la convergencia comporta una direccionalidad estratégica en la lucha contra el capital, todo esfuerzo político y social, por muy consecuente, honesto y dotado del espíritu de sacrificio que sea, resultará del todo inútil, frente al compacto y granítico cuadro de la dominación política e ideológica que nos presenta la gran burguesía y el imperialismo. Esta necesidad científica, clasista y revolucionaria; no la ven, no la requieren y no les importa en absoluto a los caudillos con sus chatos, grises y mezquinos afanes personales. La tarea es aislarlos de las filas revolucionarias, desenmascararlos y dejar en evidencia la naturaleza pequeño-burguesa de su conducta e impulsar con los cuadros y militantes honestos, el camino de la verdadera suma de fuerzas que sólo es posible con una cuota grande de esfuerzo, compromiso, disciplina y un temple moral capaz de hacer frente a todos las adversidades y desafíos de la lucha revolucionaria contra el capitalismo. Estamos en el convencimiento de que es la hora, de rescatar las herencias de fuego, los legados firmes y macizos de nuestros héroes y nuevamente levantar con decisión y orgullo las banderas de la libertad y el Socialismo. “Hay que decirlo con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.”. (Che: El Socialismo y el Hombre en Cuba)



martes, 29 de mayo de 2012

Primer reporte político LINEA ABORTO SEGURO

Más allá del problema moral, la causa de la mujer conserva aún su prestigio porque se identifica con todas las mujeres del mundo contra una sociedad patriarcal y su reivindicación no sólo les concierne a ellas, sino a toda la humanidad, ahí la razón de su olvido, puesto que representa la universalización marxista, esa que los sectores especialmente anarquistas niegan incluso en la forma de meta-relatos para ellos ya extintos. La izquierda sólo puede ser universal si defiende en primer lugar a los que carecen de sitio en el sistema: el inmigrante sin papeles, la mujer sin derechos, el habitante del suburbio, el esclavo obrero de la periferia del imperio. Siguen conformando los grupos sociales que Marx consideraba como el crimen de la sociedad entera y su liberación la autoemancipación universal. En ellos reside la universalidad política y también la verdad. Es todo parte en definitiva, del nuevo carácter de la contradicción: modernidad v/s marginalidad.

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lunes, 28 de mayo de 2012

La rebelión encapuchada


Dejamos a continuación un breve texto del profesor Igor Goicovic, con una posición política frente a los movimientos sociales carentes de organización, la violencia y los encapuchados. No es una oda a la espontaneidad. Es un análisis que nos lleva a la pregunta, necesaria hoy por hoy: ¿donde está la organización y que hacemos cada uno de nosotros para que ella aparezca?  
En cada ocasión que los estudiantes y las organizaciones populares se movilizan en el espacio público, los medios de comunicación al servicio de las clases dominantes chillan al unísono: ¡Violencia! Se suceden las imágenes de jóvenes encapuchados que levantan barricadas, arrojan piedras sobre la fuerza pública y destruyen parte del equipamiento urbano. Los conductores de televisión, los reporteros en la calle y una variada gama de opinólogos condenan rápidamente los hechos. Se suceden sin ningún rigor conceptual anatemas tales como: “Violentistas”, “terroristas”, “anarquistas”, “lumpen”, “delincuentes”, etc. Pero nadie, no obstante, se ha preocupado de analizar de manera rigurosa las causas que precipitan la comisión de los actos violentos y mucho menos se ha intentado explicar el profundo trasfondo político que subyace a este tipo de protesta.
Quienes protagonizan este tipo de manifestaciones son personas (mayoritariamente jóvenes populares), profundamente molestas con el sistema de dominación de clase existente actualmente en el país. Están molestos con el modelo económico que los explota a ellos, a sus hermanos o sus padres; están molestos con la estructura inequitativa de la sociedad que condena a una parte importante de la población a la miseria o al endeudamiento crónico; están molestos con la represión policial, que golpea cotidianamente sus poblaciones; están molestos con el imaginario simbólico que recrea un mundo de fantasía que sólo se encuentra disponible para unos pocos privilegiados. Existe un largo acumulado de tensiones, frustraciones y desencantos que se han venido acentuando y que, hoy día, en el marco de las movilizaciones sociales (estudiantiles, medioambientales, indígenas y recientemente de trabajadores), se expresan como rebeldía popular.
Se trata de una rebelión espontánea, en la cual no se visibiliza con claridad ningún tipo de centralidad ideológica. No, a lo menos, como se observó en América Latina y Chile entre las décadas de 1960 y 1980. Tampoco se pude negar la existencia de organizaciones sociales y políticas que se reconocen en núcleos ideológicos, como el anarquismo o el marxismo, que participan activamente en los enfrentamientos callejeros. Pero, a mi juicio, estas organizaciones no poseen hoy día un control efectivo sobre dicho enfrentamiento. Es más, una parte de las acciones violentas que se han podido observar recientemente carecen de conducción política y de orientación ideológica: Por ejemplo, los ataques a pequeños establecimientos comerciales y el saqueo de colegios en la periferia urbana. No obstante, en estas acciones, así como en los ataques contra los grandes supermercados, las cadenas de farmacias, las instituciones financieras o los centros comerciales, existe un denominador común: La rabia. De ahí que estas acciones continúen expresando el profundo descontento social que la inequidad ha venido construyendo.
Es más, la espontaneidad de las acciones violentas remite, incluso, a la forma escasamente estructurada que poseen los ataques contra los dispositivos represivos del Estado. La masa arremete contra carabineros sin planificación operativa alguna y, normalmente, armada sólo con los recursos que provee el medio urbano (piedras y adoquines). Por lo mismo, se puede caracterizar como una violencia de baja intensidad. Particularmente si la ponemos en relación con los conflictos sociales y políticos que se viven actualmente en Colombia, México o Brasil.


Cabe señalar que este tipo de manifestaciones no son en absoluto novedosas. Por el contrario, a partir de la segunda mitad del siglo XIX se hicieron particularmente recurrentes. Cada vez que se producía una crisis económica que afectaba a la subsistencia de las clases populares o en cada oportunidad en que la legitimidad del régimen político experimentó un importante grado de deterioro, la furia popular irrumpió en el espacio público. Sólo por mencionar algunos hitos emblemáticos podemos referir, el motín de los tranvías de 1888, la huelga de la carne de 1905, el motín urbano de abril de 1957 y las protestas populares contra la Dictadura Militar del ciclo 1983-1987. En todas esas ocasiones, y en muchas más que podríamos enumerar, los manifestantes saquearon o intentaron saquear los establecimientos comerciales de la burguesía, atacaron tanto la sede de gobierno como los palacios señoriales en los cuales se regocijaba y ostentaba impúdicamente su riqueza la oligarquía, se enfrentaron con las fuerzas represivas del Estado y destruyeron parte del equipamiento u ornamentación pública. En todas esas oportunidades, además, la represión, al igual que hoy, actuó con particular saña y alevosía. Es importante señalar que en este tipo de manifestaciones siempre los muertos se encuentran en las filas de los que protestan; no de quienes reprimen. Por el contrario, quienes históricamente han masacrado al pueblo han recibió premios y ascensos; como fue el caso de Roberto Silva Renard, el general responsable de la matanza de la Escuela Domingo Santa María de Iquique en 1907. Mientras que hoy día los crímenes alevosos, como el de Manuel Gutiérrez, son calificados como “violencia innecesaria causando la muerte”, lo cual supone para el criminal, en el peor de los casos, una condena de tres años de prisión.


En el contexto de esta asimetría de fuerzas y de recursos los medios de comunicación al servicio de la burguesía cumplen la tarea de criminalizar la protesta popular. Pero lo que sucede hoy día con los medios de comunicación no es muy diferente de lo que ocurría a comienzos del siglo XX, en el contexto de la emergencia de la llamada “cuestión social”. Efectivamente, las protestas obreras, que demandaban mejores condiciones laborales y de vida, no sólo eran violentamente reprimidas; también eran criminalizadas. Quienes protestaban eran “enemigos de la patria, de la propiedad y de la religión”. Hoy, como ayer, existe un control monopólico sobre los principales medios de comunicación; tanto impresos (El Mercurio y COPESA), como en radio y televisión. Ello hace que la línea editorial referida a la conflictividad social se uniforme: Las demandas son “desmedidas”, los estudiantes son “intransigentes”, las propuestas están “ideologizadas”, etc. Luego, ante la imposibilidad de invisibilizar la protesta, se instala el discurso homogenizador en torno a las formas correctas de movilizarse: Lo lúdico, lo festivo, lo carnavalesco. Y, de la misma manera, se encuadra el “sentido” de la manifestación: Que sea autorizada, que se desarrolle donde las autoridades quieren, que programáticamente se ajuste a lo que el sistema puede ofrecer y que se autoregule en su trayectoria y desarrollo. En consecuencia, toda manifestación que rompa con las “formas políticamente correctas de expresarse” es rápidamente anatemizada y criminalizada. No obstante, lo que más llama la atención es esta verdadera ausencia de profesionalismo o rigor de los periodistas adscritos a estas cadenas, que no sólo no hacen su pega, sino que se convierten más bien en espurios portavoces del gobierno o de los patrones. A ese efecto habría que destacar que situaciones de violencia “estructural”, como la desigual distribución de la riqueza, la explotación laboral, la expoliación comercial de las grandes cadenas de retail o la usurpación y represión de que han sido objeto históricamente los mapuche, o no concitan el interés periodístico o son rotuladas con eufemismos. Por ejemplo, estos medios jamás han hablado en el caso de Manuel Gutiérrez de asesinato o de alevosía. Se han referido a su deceso como “la muerte del joven poblador”; como si se hubiese muerto en su cama de causas naturales. Pero si han enfatizado en el arrepentimiento que habría mostrado el carabinero que lo mató. Estas violencias estructurales son, sin lugar a dudas, un factor clave en el desencadenamiento de las violencias reactivas que protagonizan los jóvenes populares.

Otro aspecto particularmente preocupante es la configuración de un escenario de enfrentamiento “horizontal” entre quienes participan de las manifestaciones populares. Al respecto creo que es necesario considerar dos situaciones. Por una parte, se puede observar un importante grado segmentación social entre quienes protestan. Efectivamente, una parte de los estudiantes adscritos a las carreras profesionales aparentemente más exitosas (medicina, ingenierías, derecho, etc.), provienen de estratos socioeconómicos más acomodados o dotados de un mayor “capital cultural”. Estos estudiantes universitarios se refieren a los jóvenes no universitarios (secundarios y subocupados), como: “flaites”, “sopaipillas”, “lumpen”, etc., reproduciendo, de esta forma, el discurso estigmatizador y criminalizador del gobierno y los patrones. Luego, encuadrados en el discurso de la “manifestación políticamente correcta”, se pueden llegar a convertir en delatores (cuando señalan a sus compañeros a la policía), o en agentes directos de la represión (cuando detienen y entregan a la misma policía a estos compañeros). Hay mucha irresponsabilidad en el gobierno, en los medios de comunicación e incluso entre algunos dirigentes sociales, cuando impelen a estas personas a enfrentarse con los manifestantes encapuchados. El día de mañana si se llega a producir un enfrentamiento fatal la responsabilidad política estará entre quienes incitan al conflicto fratricida.

Otra línea de interpretación remite a los dos fundamentos constitutivos de la sociedad de clase en Chile: El orden público y la propiedad. Si debemos reconocerle un mérito a la oligarquía primero y la burguesía después, fue haber elevado estos dos principios a la condición de valores naturales; alcanzado incluso un importante nivel de transversalización social. Muchos creen, hoy día, que tienen algo que perder: Un auto, un pequeño negocio, la casa. Y lo meritorio del sistema fue haber instalado en este sector de la sociedad que la amenaza la constituye el “otro” desprovisto o precarizado. De aquí surge el viejo y reiterado discurso fascistoide de la “mano dura”. Cualquier amenaza a la propiedad deviene en amenaza al orden público. En consecuencia el recurso a la represión se valida ampliamente.

En este contexto la violencia encapuchada se convierte, también, en una rebelión simbólica y cultural. Es la rebelión contra todas las formas inveteradas que ha asumido la subordinación; es el rechazo al “mandé patrón”, “como usted diga jefe”, “perdone mi cabo”. El encapuchamiento rompe con toda forma de subordinación y en cuanto ruptura constituye una disonancia no sólo para el Estado y los patrones, sino que, también, para quienes han internalizado el discurso oficial. No obstante encapucharse es un acto político, en cuanto expresa la voluntad de rebelión frente a las condiciones estructurales de la violencia (económica, social y política) y, por otro lado, es un gesto de desafío frente a la pusilanimidad con la cual se ha hecho política en Chile.

sábado, 26 de mayo de 2012

En defensa de la intolerancia.


Porque históricamente hemos vivido a contrapelo de las modas y "las últimas tendencias", esperamos aportar con esto a destrabar esa politica de incluir "todo" en los programas de la izquierda que se acusa revolucionaria. Todos hemos sido tentados por incluir la defensa de estas luchas, que aunque legitimas, nos mantienen permanentemente en el exoesqueleto del sistema económico, por tanto político que es donde hemos estado fracasando permanentemente. 
La prensa liberal nos bombardea a diario con la idea de que el mayor peligro de nuestra época es el fundamentalismo intolerante (étnico, religioso, sexista…), y que el único modo de resistir y poder derrotarlo consistiría en asumir una posición multicultural.
Pero, ¿es realmente así? ¿Y si la forma habitual en que se manifiesta la tolerancia multicultural no fuese, en última instancia, tan inocente como se nos quiere hacer creer, por cuanto, tácitamente, acepta la despolitización de la economía?
Esta forma hegemónica del multiculturalismo se basa en la tesis de que vivimos en un universo post-ideológico, en el que habríamos superado esos viejos conflictos entre izquierda y derecha, que tantos problemas causaron, y en el que las batallas más importantes serían aquellas que se libran por conseguir el reconocimiento de los diversos estilos de vida.
Pero, ¿y si este multiculturalismo despolitizado fuese precisamente la ideología del actual capitalismo global?
De ahí que crea necesario, en nuestros días, suministrar una buena dosis de intolerancia , aunque sólo sea con elpropósito de suscitar esa pasión política que alimenta la discordia. Quizás, ha llegado el momento de criticar desde la izquierda esa actitud dominante, ese multiculturalismo, y apostar por la defensa de una renovada politización de la economía.
Ese multiculturalismo inocuo y burgués, sólo refleja las condiciones de las luchas de hoy. Se puede legislar sobre todo, en cuanto no sea la politización de la economía.


Sólo una lucha de todas esas ha sido excluida y tampoco representa una casualidad: la causa de las mujeres.
Más allá del problema moral, la causa de la mujer conserva aún su prestigio porque se identifica con todas las mujeres del mundo contra una sociedad patriarcal y su reivindicación no sólo les concierne a ellas, sino a toda la humanidad, ahí la razón de su olvido, puesto que representa la universalización marxista, esa que los sectores especialmente anarquistas niegan incluso en la forma de meta-relatos para ellos ya extintos. La izquierda sólo puede ser universal si defiende en primer lugar a los que carecen de sitio en el sistema: el inmigrante sin papeles, la mujer sin derechos, el habitante del suburbio, el esclavo obrero de la periferia del imperio. Siguen conformando los grupos sociales que Marx consideraba como el crimen de la sociedad entera y su liberación la autoemancipación universal. En ellos reside la universalidad política y también la verdad. Es todo parte en definitiva, del nuevo carácter de la contradicción: modernidad v/s marginalidad. Veamos nosotros y nosotras que posición tomamos al respecto.   

martes, 22 de mayo de 2012

Por qué y como debemos organizarnos.

Dejamos a continuación un texto del pensador abertzale, Iñaki Gil. Consideramos su importancia para el debate frente a las tendencias pequeñoburguesas espontaneistas y posmodernas enmarcadas en la lógica de "los grupos de afinidad", pero dejemos que hable el autor mejor. 


Varios acontecimientos recientes han reactivado el clásico debate doble sobre, por un lado, las relaciones entre organización y espontaneísmo y, por otro lado, las relaciones entre la organización militante y los partidos electorales de masas, los sindicatos y los movimientos populares y sociales. Algunos de estos acontecimientos son las sublevaciones de las masas musulmanas en África del norte; las movilizaciones juveniles en muchas zonas de Europa --Estados español y francés, Gran Bretaña, Italia, Alemania, etc.-- al llamado de pequeñas iniciativas contra la explotación; las fugaces luchas obreras y populares que surgen con más frecuencia de lo reconocido por el poder pero que se agotan rápidamente como, por ejemplo, en los EEUU; la movilización que está teniendo lugar en Euskal Herria y que se ha plasmado en la victoria de Bildu; la participación del pueblo cubano en los debates del VI Congreso del PC; la decisión del pueblo islandés por aplicar justicia a los culpables de la crisis; la lucha popular en Honduras pese a la dura represión que padece desde el golpe de Estado, etcétera.
Deliberadamente hemos citado experiencias extremas, en apariencia incompatibles, para llevar el debate a su punto crítico: la necesidad de la organización de vanguardia tal como fue desarrollada por el marxismo desde comienzos del siglo XX. Al toro hay que cogerlo por los cuernos, especialmente ahora que el movimiento de los indignados reactiva la ilusión de las virtudes del espontaneísmo, de la omnipotencia de las redes sociales, de twitter y de las nuevas tecnologías de la comunicación, a la vez que aparenta desacreditar a las “viejas organizaciones de vanguardia”, demostrando la superioridad de la “rebeldía juvenil” sobre el agónico movimiento obrero, etc. En absoluto son tesis nuevas. Por el contrario, y como veremos, la necesidad de la organización revolucionaria se sustenta, como mínimo, en diez lecciones reiteradamente confirmadas por la historia:
Una, la tendencia de las masas explotadas a aceptar las promesas de las minorías explotadoras, a creerse sus mentiras, o sea, la inercia de la credulidad. Dos, los límites de la lucha individual y/o colectiva de mera protesta, que carezca de una visión crítica de la naturaleza del enemigo al que se enfrenta. Tres los límites de las luchas espontáneas, de los motines, revueltas y sublevaciones sociales que estallan cuando la opresión se hace insostenible. Cuatro, la capacidad de la burguesía para pudrir no solamente estas revueltas sino sobre procesos de luchas ascendentes que terminan ahogándose en el pantano parlamentarista. Cinco, la tendencia a la burocratización y al reformismo de los partidos parlamentaristas de masas por muy de izquierdas que digan ser. Seis, la tendencia al corporativismo pactista y economicista del sindicalismo. Siete, la tendencia a los vaivenes, al estancamiento y retroceso de los movimientos populares y sociales. Ocho, los efectos alienadores y disgregadores del capitalismo. Nueve, la efectividad de las represiones y violencias burguesas. No hace falta decir que estas lecciones se presentan interactuando todas ellas o muchas de ellas, creando sinergias muy complejas que sólo pueden desentrañarse teórica y prácticamente aplicando el marxismo. Y esta es la décima y última lección que demuestra la necesidad y la urgencia de organizarse, a saber, la teoría revolucionaria sólo puede desarrollarse mediante un colectivo organizado para ello.

1.- Credulidad en las promesas de los opresores:
Sobra la primera lección podemos extendernos indefinidamente. Lo mejor es tomar conciencia de su persistencia histórica: Tucídides explica cómo Brásidas prometió dar la libertad a los esclavos hilotas que se identificasen públicamente como fervientes luchadores a favor de Esparta. Unos dos mil aceptaron la propuesta y fueron premiados, pero: “poco después los espartanos los hicieron desaparecer y nadie sabe cómo murió cada uno”. De esto hace aproximadamente 2435 años y desde entonces la necesidad de la organización tomó nuevos bríos, muy en especial cuando la represión imperialista reactivó la táctica espartana de “desapariciones forzadas”. Entre el -89 y -88, Mario y Cinna organizaron un ejército popular para vencer a las clases ricas en Roma. Prometieron la libertad a los esclavos y a los gladiadores que se volcaron en la batalla, y tras la derrota ejecutaron a 100 nobles. Esto asustó a Mario y Cinna, y les llevó a unir sus fuerzas con la clase senatorial vencida para, con esa nueva alianza, aplastar a los esclavos: una noche rodearon su campamento y los exterminaron. En el +37 Sexto Pompeyo liberó a esclavos para que luchasen en su ejército contra Augusto en la guerra de Sicilia. Sexto Pompeyo perdió y huyó, y Augusto prometió respetar la libertad de los esclavos pero en secreto organizó su desarme, la entrega a sus amos y el asesinato de los esclavos cuyos amos no fueron encontrados vivos.
La esclavitud romana era atroz, lo que añade un sangriento plus de importancia a estas y otras muestras de credulidad. Es cierto que las luchas de las clases y de los pueblos precapitalistas nunca se plantearon crear un nuevo orden cualitativo, excepto vagas utopías. Sin embargo, la credulidad de las masas explotadas, sean esclavas, siervas, campesinas, artesanas, proletarias, etc., sigue existiendo a pesar de los relativos avances en educación, prensa, derechos, etc., logrados en la sociedad burguesa gracias a múltiples luchas. La credulidad en el opresor tiene diversas causas: ignorancia, miedo, alienación y fetichismo, creencias religiosas. La organización revolucionaria aparece aquí como imprescindible porque aporta, además de una argumentación teórica rigurosa sobre los terribles efectos de la credulidad, también y sobre todo porque facilita la praxis de liberación, el debate práctico conjunto, la crítica y la autocrítica entre personas que aprenden a liberarse en su misma vida personal y colectiva. La credulidad se caracteriza, entre otras cosas, por cierta dosis de fe, de irracionalismo, en un ser superior, sea dios, amo, empresario, general, o en burocracia como el Estado. La organización lo que hace en este crucial asunto es demoler esa fe, introducir racionalidad crítica y conocimiento histórico, político, ético, etc., siempre unido a una práctica militante.

2.- Límites de la lucha de mera protesta, que carezca de una visión crítica del opresor:
Sobre la segunda razón tenemos que decir que, sin una suficiente conciencia personal y política, cualquier protesta por inicial y embrionaria que sea tiende a terminar en fracaso. Como hemos dicho antes, en las sociedades precapitalistas era muy difícil desarrollar una teoría adecuada. Los galeses que fueron masacrados en el siglo XI por los anglonormandos apenas intuían más allá del objetivo visible de los invasores: quitarles sus tierras. Pero había otro objetivo más largo y demoledor: “la exterminación de todos los bretones para que nunca más se pronunciara su nombre”, como escribió un cronista de la época. Los pueblos indios y filipinos que sufrían el terrorismo español apenas comprendían la declaración real que se les leía antes de pasarlos a cuchillo, o quemarlos o descuartizarlos vivos mientras sus mujeres, hermana y amigas eran violadas delante de los hombres. Pero una vez que comprendieron la naturaleza del invasor le resistieron con desesperación. Incluso hoy en día, miles de mujeres que sufren terrorismo patriarcal dudan en denunciar a su marido, novio, amigo o vecino, y centenales de ellas se retractan y retiran su acusación poco antes del juicio.
Por esto mismo, las organizaciones feministas son imprescindibles para concienciar a las mujeres, para aportarles una visión crítica de la explotación patriarco-burguesa, de la necesidad de que salgan de su soledad, se relaciones y se integren en esos u otros grupos para encontrar fuerzas que les ayuden a luchar. Lo mismo hay que decir sobre el resto de situaciones de injusticia y dominación, de opresión, sean las que fueren. Sin una organización suficiente, los sectores oprimidos nunca podrán conocer su situación, obtener información y realizar debates, atraer más miembros y avanzar en la coordinación con otros colectivos que tienen los mismos o parecidos objetivos. Si miramos el problema desde una perspectiva más amplia, por ejemplo, desde la que nos alerta de la fuerza organizada del sistema patriarcal mediante las Iglesias y sus medios, desde el machismo y sexismo de la prensa y de los espectáculos, desde el machismo de los partidos y sindicatos, desde la indiferencia de muchas instituciones burguesas ante la opresión de la mujer y sobre todo, desde la ferocidad invisible y normalizada del terrorismo patriarcal, desde esta perspectiva que nos explica cómo y por qué sobrevive tanto la dominación masculina, comprenderemos la importancia de las organizaciones feministas, y en general de todas las organizaciones.

3.- Desconocimiento de los objetivos del opresor y de su ferocidad:
Sobre la tercera razón, hay que decir que es un freno poderoso que solamente puede ser superado por la organización que aporta un saber crítico basado en la experiencia colectiva, mucho más grave es el problema de los límites de las luchas espontáneas individuales o colectivas, de los motines, revueltas y sublevaciones sociales que estallan cuando la opresión se hace insostenible. Ya se de forma aislada o en grupo, los estallidos súbitos o insuficientemente organizados pueden obtener triunfos inmediatos, y los obtienen porque cogen por sorpresa al poder establecido. Entre -116 y -114 se produjo una revolución en la ciudad aquea de Dime, ocupada por los romanos, para acabar con las deudas causadas por los altos impuestos, entre otros objetivos. Se quemaron los archivos públicos, se cancelaron las deudas y demás contratos. Pero la revolución fue derrotada, dos de sus cabecillas fueron muertos y otro enviado a Roma para ser juzgado. En 1871 el pueblo de París se sublevó contra la alianza entre la burguesía francesa y el ejército alemán ocupante. Pese al heroísmo impresionante, la Comuna fue masacrada atrozmente, entre otras razones porque no pudieron organizarse lo suficiente, ni ser suficientemente radicales en sus medidas liberadoras. En la IIGM Varsovia se sublevó dos veces contra la barbarie nazi, y las dos fue masacrada. Estos ejemplos distantes más de dos mil años y ocurridos en dos modos de producción muy diferentes, el esclavista y el capitalista, tienen sin embargo un denominador común: la escasa organización previa.
La necesidad de la organización es tanto más perentoria y vital cuanto más importante es el objetivo a conquistar, cuanto más ansiosas y activas están las masas, y cuanto mayor y más cruel es la voluntad del opresor de seguir explotando. Sea la lucha que fuere, desde una pequeña asamblea de vecinos que bloquean una empresa que contamina el barrio, hasta una insurrección revolucionaria para derrocar a la burguesía, pasando por una huelga obrera, en todos los casos la organización debe existir con anterioridad, debatiendo los objetivos, la estrategia y la táctica, analizando las relaciones de fuerzas, discutiendo las tácticas y los medios necesarios y los no necesarios, haciendo propaganda y ampliando las alianzas, buscando además de recursos, también planes alternativos tras estudiar las posibles reacciones de los aliados, de los indecisos y sobre todo del poder al que se quiere vencer, sea el poder universitario, el municipal, el judicial, el empresaria, el patriarcal, el político y de forma decisiva el militar. La espontaneidad, la que fuere, tiene unos límites precisos que aparecen después de las primeras victorias, si las hay, cuando se empieza a ver que el poder es más fuerte de lo que se creía, tiene más defensas, tiene aliados dentro del bando luchador, puede sobornar y corromper. La lucha espontánea tiende a apagarse cuando la lucha de prolonga, el objetivo se aleja, la estrategia empieza a fallar, las tácticas propias ya no hacen daño al opresor; y cuando éste, responde con ataques inesperados y sorpresivos. Para evitar todo esto es imprescindible organizarse con anterioridad.

4.- Capacidad burguesa para pudrir las luchas:
Sobre la cuarta razón, hay que decir que si bien el exterminio sangriento, el terrorismo, es la última garantía de la civilización del capital, no es menos cierto que la burguesía experimentada prefiere antes desgastar, desorientar y desunir a las clases explotadas mediante una astuta maquinación en la que intervienen las concesiones puntuales, el préstamo del gobierno a la izquierda --nunca ceder el Estado y menos el ejército--, etc., a la vez que la represión selectiva del sector más radical y consciente. Las luchas ludditas de finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, tuvieron un nivel de organización interna bastante adecuado para las condiciones de su época, aunque al final fueron derrotadas no tanto por la represión, con sus asesinaros incluidos, sino sobre todo por las innovaciones realizadas por la burguesía. El luddismo destruía las máquinas de vapor que condenaban al paro y a la miseria a miles de familias trabajadoras, y hasta quemaba los talleres, obligando a muchos empresarios a trasladarse a otras regiones menos combativas para instalar sus negocios: un anuncio de las “deslocalizaciones” tan famosas ahora. Pero la burguesía británica aprendió que era mejor dirigir de forma imperceptible la radicalidad obrera y popular hacia la trampa institucional, parlamentaria, en la que el movimiento obrero podía conquistar reivindicaciones importantes pero nunca decisivas a la larga, y menos aún, irreconciliables con la propiedad burguesa, con su Estado de clase y con su ejército. Lo mismo aprendió la alemana cuando vio que la represión policial y judicial de finales del siglo XIX, y las leyes represivas posteriores, no detenían el fortalecimiento de la socialdemocracia.
La organización política formada por militantes teórica e históricamente preparados, es imprescindible para superar estos y otros peligros. No se superan con la justa ira espontánea, ni con el voluntarismo ignorante, al contrario, esto facilita la victoria burguesa. Cuanto más poder institucional logra la izquierda, concejales, alcaldes, diputados, senadores, ministros, consejeros en empresas y bancos privados, supervisores en instituciones y empresas públicas desde hospitales hasta universidades, etcétera, más riesgo existe de que termine cayendo en la trampa burguesa. Un dato extremadamente inquietante por cuanto irreversible, es que esa izquierda asuma pequeñas pero simbólicas tareas represivas cedidas transitoriamente por el poder que antes torturaba, encarcelaba y mataba a esa izquierda. Recordemos al PC italiano reprimiendo a la izquierda revolucionaria en los ’70 y 80. Otro dato es el surgimiento de pequeñas corruptelas económicas, políticas y éticas que irán creciendo como un pestilente cáncer, sobre todo en la medida en que nadie controle a los arribistas y chupópteros que se acercan a la izquierda victoriosa para enriquecerse y lavar su conciencia. Recordemos el miedo de los griegos a poder corruptor del “oro persa”, que pudría incluso a algunos famosos espartanos. La síntesis entre burocracia, reformismo y corrupción desintegra a las organizaciones, sobre todo cuando han renunciado públicamente a decisivas señas de identidad. Recordemos al PC español aceptando la monarquía instaurada por Franco. Contra esta fuerte tendencia objetiva tan confirmada por la historia, sólo se le puede oponer una eficaz y muy preparada organización militante.

5.- Tendencia a la burocratización de la izquierda:
Sobre la quinta razón, hay que decir que si bien está estrechamente relacionada con la razón anterior, la cuarta, también tiene operatividad propia. Una lucha revolucionaria puede burocratizarse aunque no gire al reformismo y no sea desintegrada en el sistema institucional dominante, pero sí es necesaria la burocracia para que triunfe el reformismo porque siempre, en mayor o menos grado, surge el debate interno sobre el reformismo entre las corriente a favor o en contra. La burocracia es imprescindible trampear o reprimir el debate a favor de las tesis reformistas. El marxismo fue consciente de la tendencia objetiva al burocratismo desde su mismo origen, y el transcurso de las luchas no hizo sino aumentar esa preocupación sobre todo desde que la socialdemocracia se convirtió en un enorme partido de masas. Sin embargo, Lenin tardó más tiempo que Rosa Luxemburgo, que Trotsky y que otro en percatarse del riego objetivo de burocratización. Pero una cosa es la tendencia objetiva, que no tiene por qué realizarse dependiendo de las medidas que se tomen y del tipo de organización que se desarrolle; y otra cosa es el determinismo absoluto consistente en la “ley de hierro” de la burocracia sostenido por Mitchell siguiendo las tesis de Mosca y Pareto, y por otro lado, las afirmaciones anarquistas que ven la paja en ojo ajeno pero no la viga en el propio.
La burocracia tiene raíces objetivas en toda sociedad en la que la división del trabajo intelectual y el físico está deliberadamente potenciada por la clase dominante. En toda sociedad en la que la obediencia, la sumisión y la credulidad en el poder son parte de la síntesis social, de la matriz social. La tendencia a la burocracia se refuerza cuando la vida política adquiere velocidad y complejidad, cuando no hay tiempo para consultar a las bases, etc.; en estos casos el sustitucionismo y el delegacionismo abren la puerta a la burocratización. En contra del tópico y de la creencia sin base histórica, son las grandes formaciones parlamentaristas y los pequeños grupúsculos dirigidos por un líder carismático, los que primero se burocratizan, mientras que las organizaciones militantes resisten bastante más. La causa radica en que están formadas por luchadores conscientes de sus derechos, de la necesidad del debate riguroso, del enorme riesgo para el futuro de las decisiones tomadas precipitadamente sin la mínima o con una insuficiente discusión, y de la diferencia insalvable entre credulidad y credibilidad. Crédulo es el idealista que tiene fe en lo indemostrable, en la promesa del dirigente que nunca puede ser criticado; la credibilidad consiste en dar un tiempo justo de confianza a las decisiones de la dirección asentadas en la experiencia, honradez y coherencia contrastadas a lo largo de los años y contrastables en todo momento mediante el debate democrático.

6.- Tendencia al corporativismo economicista del sindicalismo:
Sobre la sexta razón, hay que decir que surge de la propia esencia de la explotación capitalista y de los límites de la conciencia sindical que gira casi exclusivamente alrededor de las mejoras salariales y laborales, casi nunca sociopolíticas y menos aún revolucionarias. CC.OO. y UGT en el Estado español son un ejemplo incuestionable. Otros sindicatos no han caído tan bajo pero son realmente muy pocos los sindicatos luchadores precisamente durante la actual ofensiva salvaje del capital contra el trabajo, y menos lo que fusionan su acción laboral con otra sociopolítica orientada a la superación histórica de la dictadura del salario, como en debe ser. Fue Rosa Luxemburgo la que en 1906 hizo una de las más razonadas y radicales denuncias de la burocratización economicista del sindicalismo habido hasta ese momento. La conciencia economicista de la clase obrera surge de la invisibilidad de la explotación que sufre tanto por el fetichismo como por la creencia de que tiene los mismos derechos que el empresario, lo que le lleva a creer que con el simple aumento salarial y con mejoras laborales se pondrá a la altura del empresario, viviendo como él y teniendo el mismo o más poder. Pero como la explotación asalariada destroza la salud y reduce el tiempo libre hasta casi la nada, el obrero, minado ya por la división entre el trabajo intelectual y el físico, asume como normal que el sindicato sea dirigido por los especialistas, por los que saben de leyes y tienen sus despachos justo al lado de los del patrón, con el que almuerzan frecuentemente.
El sindicalismo sociopolítico necesita de militantes obreros teóricamente formados, que sepan que son esclavos asalariados de por vida, hasta que se mueran o hasta que acaben con la dictadura del salario. Pensar esto y conocer su lógica exige de una formación teórica y política que solamente puede obtenerse mediante una organización revolucionaria. Más aún, el militante obrero ha de tener una especial cualidad ética que le ayude a mantener su lucha. La esclavitud asalariada vuelve extremadamente dependientes y vulnerables a las personas al carecer de otro recurso vital que el salario. La burguesía conoce esa debilidad estructural y chantajea, soborna o atemoriza a los sindicalistas y obreros cuando les falta una ética revolucionaria. Pero si ya es difícil aprender la teoría y mantener una lucha sindical, todavía lo es más superar la ética burguesa sustituyéndola por la ética marxista. Sin una organización que facilite esa emancipación personal y colectiva es casi imposible lograrlo.

7.- Tendencia a estancamiento y retroceso de los movimientos populares y sociales:
Sobre la séptima razón, hay que decir que es todavía más aplastante que la anterior. A diferencia del sindicalismo, que está más o menos presente en la explotación asalariada porque ésta abarca toda la vida laboral, los movimientos sociales y populares son voluntarios, sufriendo altibajos y con una clara dinámica de sustitucionismo de las bases por la dirección sobre todo en los períodos de reflujo de las movilizaciones. Un ejemplo lo tenemos en el bluf de las ONGs, de los movimientos antiglobalización, de los Foros Sociales, y del bajón espectacular hasta casi su desaparición de los “nuevos movimientos sociales”, “contestatarios” y de “contra cultura” de los ’60 y todos los ’70. Le experiencia de los “verdes” es concluyente: absorbidos por el imperialismo alemán. Una de las causas es la propia fugacidad del “movimiento estudiantil” y “juvenil”, base frecuente de lo anterior, que estalla en determinados momentos pero que se agota por simple ley biológica y por las innovaciones represivas del Estado burgués.
La permanentización de núcleos revolucionarios en el interior de los movimientos es una de las tareas decisivas de la teoría de la organización tal cual la expuso Lenin a comienzos del siglo XX, que no hacía sino trasladar a las condiciones represivas zaristas lo que ya era una reflexión común en las izquierdas de otros países, aunque no tan sistematizada teóricamente. Lo básico de esta aportación sigue siendo más actual ahora que entonces por la multiplicación de los mecanismos burgueses de represión, desactivación y desintegración de los movimientos. La dialéctica entre espontaneidad y organización aparece aquí con todos sus matices enriquecedores, y con la advertencia clara de los dos riesgos mortales: la burocratización y el reformismo que crecen en los movimientos si no existen en su interior núcleos militantes y aún así el problema sigue existiendo.

8.- Efectos alienadores y disgregadores del capitalismo:
Sobre la octava razón, hay que decir que abarca a la totalidad de los puntos anteriores y nos lleva a un debate crucial del que hemos adelantado puntos concretos. Se trata del poder del capital para crear una sociedad sectorializada, dividida y pulverizada en micropartículas egoístas e individualistas totalmente aisladas entre ellas y sólo conectadas mediante los medios que el propio capital impone y determina, los suyos, que refuerzan esa multidivisión grupuscular. La realidad, que es una totalidad de contradicciones en lucha, aparenta desaparecer en un informe caos de egoísmos ferozmente individuales. La sociobiología, el genetismo y el darwinismo social refuerzan “científicamente” esta creencia. A lo sumo que se llega, es a aceptar que cada partícula, cada “ciudadano”, tiene exclusivamente “derechos individuales” que debe negociar y transaccionar individualmente con el “ciudadano patrón”, con el “ciudadano juez”, etc., siempre aceptando la máxima hobbesiana de que el hombre es un lobo para el hombre. Es cierto que los movimientos sociales, el sindicalismo y otros grupos mínimamente organizados luchan contra esta realidad pero insuficientemente por razones obvias.
De nuevo, la organización militante aparece como una necesidad imperiosa para mostrar que la realidad es más cruda y peor que la versión hobbesiana. El hombre no es un lobo para el hombre, sino un mercader, que es infinitamente peor: “homo hominis mercator”. El naturalismo inherente a la máxima “homo hominis lupus” no puede mostrar la brutal explotación del capitalismo. Aprender que el ser humano reduce a mercancía a otro ser humano, comprándolo, vendiéndolo y explotándolo, exige de la praxis revolucionaria, de la dialéctica entre la acción y el pensamiento en el interior de los conflictos y siempre en un marco organizativo. Solamente en el fragor cotidiano de la lucha contra la opresión puede el ser humano conocer la verdadera naturaleza del capitalismo. La intelectualidad académica gira tan rápidamente al reformismo o a la derecha, porque, entre otras cosas, siente horror a la militancia organizada. Otro tanto hay que decir de sectores estudiantiles que, siendo progresistas, creen que basta con estar al tanto de las últimas modas intelectuales. La organización leninista debe y puede aportar una praxis crítica totalizante de la inhumana mercantilización burguesa, aunque los meritorios esfuerzos individuales pueden llegar a disponer de una percepción bastante amplia del problema, si bien unilateral y tendente al individualismo sectario al no ser contrastada por la praxis crítica colectiva que sólo la garantiza una organización revolucionaria.

9.- Efectividad de la represión:
Sobre la novena razón, hay que decir que se parte de una teoría amplia de las violencias y de las represiones, no reduciéndolas a la acción judicial y policial, sino considerando la totalidad de mecanismos de intimidación, miedo y represión. La seguridad es una preocupación constante desde que existe la lucha contra la opresión. La insurrección de los esclavos cartagineses en varias ciudades itálicas en el -199 fue abortada y masacrada por la delación de dos esclavos. El campesinado chino se defendía mediante sectas secretas algunas de las cuales eran sólo de mujeres, de “monjas”. A mediados del siglo XVI las élites mayas supervivientes al terrorismo español se organizaron clandestinamente para transcribir en papel la cultura de su pueblo, el Popol Vuh, que estaba al borde de la extinción. La seguridad organizativa lo mantuvo a salvo hasta 1701. Blanqui tardó varios años en encontrar un efectivo sistema de seguridad para su organización. Marx y Engels siempre mantuvieron una “vida oculta” que garantizaba relaciones seguras con organizaciones perseguidas y con personas influyentes que habían militado en la revolución, y que les suministraban desde informaciones muy valiosas hasta pasaportes, documentos, dinero, etc., para ayudar a quien sufriese represión.
Pero la seguridad por la seguridad, sin un contenido político, no garantiza el desvío reformista. Durante la clandestinidad, la socialdemocracia alemana tenía la célebre y efectiva “Máscara de Acero”, que aseguraba el envío de propaganda, la celebración de los Congresos, etc., pero que no pudo evitar ni la burocratización ni el reformismo. Por el contrario, la dirección bolchevique sabía que su representante en la Duma zarista era un agente de la policía, aun así lo mantuvo vigilado porque, según Lenin, el efecto político de sus discursos era más beneficioso que las pocas delaciones que podía hacer. Obviamente, la seguridad es imprescindible en una dictadura y también bajo una democracia burguesa restringida y vigilada, pero su necesidad no desaparece en lo básico ni incluso en una democracia burguesa muy tolerante. En este caso debe adquirir tres formas básicas: una, seguridad financiera y de recursos porque una organización hipotecada con deudas es una organización atada políticamente; dos, seguridad en sus cargos de responsabilidad, fácil de comprender; y tres, seguridad en la rectitud ética y política de sus militantes, que sustenta a las dos anteriores. Se mire por donde se mire, la mejor forma de garantizar la seguridad es la organización revolucionaria, y no siempre ni automáticamente.

10.- Síntesis y confirmación histórica:
Y la décima razón, síntesis de todas las anteriores, vamos a exponerla presentando cuatro experiencias históricas. La primera trata sobre la necesidad del centralismo democrático, del que tal vez tengamos uno de los primeros ejemplos históricos en el relato que hace Jenofonte tras la asamblea de los 10.000 en la que analizan las consecuencias de haber perdido a los generales. Jenofonte explica que los nuevos mandos elegidos democráticamente han de ser más rectos y honrados que los anteriores, y que las tropas han de aplicar las decisiones tomadas después de haberlas debatido y decidido colectivamente con toda diligencia y eficacia, sabiendo que cuando surjan nuevos problemas deberán reunirse de nuevo para debatirlos, decidir y practicar lo decidido. Libertad plena de debate colectivo, garantizada por las medidas de seguridad adecuadas --los griegos no debatieron lo anterior bajo las flechas enemigas, sino en un lugar seguro y a prueba de oídos peligrosos--, y aplicación conscientemente asumida de las decisiones tomadas en el debate. Sin duda, este método, junto a otros, fue el que garantizó su victoriosa vuelta a la Hélade. No se ha inventado un método mejor, y, como veremos, las nuevas tecnologías de la información pueden mejorarlo pero nunca sustituirlo.
La segunda es la necesidad de una permanente lucha teórica, filosófica, política, etc., no sólo contra la ideología burguesa sino también contra sus servicios secretos dedicados a la lucha propagandística e ideológica. Los servicios secretos británicos, por poner un solo ejemplo, tenían una larga lista de “famosos escritores” en su nómina: Daniel Defoe era uno de ellos, además de periodistas y criminales del hampa que escribían textos falsos atribuidos luego a los irlandeses armados o a otras organizaciones. Los “fondos de reptiles” existieron en Roma y ahora mismo, en la CIA y en todo Estado burgués. Cuando tienen el apoyo del reformismo, el resultado de su trabajo puede ser demoledor. Un ejemplo de manipulación burguesa disfrazada de “progresismo” es el de los “batallones rojos” mexicanos formados por obreros que pelearon contra las masas campesinas revolucionarias entre 1910 y 1917. Fueron convencidos con argumentos falaces y eurocéntricos, no exentos de rechazo al “atraso campesino” y a los “salvajes indios”. Vencida la revolución, la burguesía desarmó los “batallones rojos”, incumplió las promesas que había hecho, redujo las libertades que todavía existían y aumentó la represión. Podemos imaginar con cierta plausibilidad que si hubiera existido una organización marxista sólidamente formada e implantada, no se hubiera cometido semejante error, o al menos hubiera sido mucho menor.
La tercera es la del mito de la omnipotencia de Internet, de las “redes sociales”, de las movilizaciones convocadas mediante teléfonos móviles, twitter, etc. Al igual que con otros avances tecnocientíficos, los árboles no deben ocultarnos el bosque, que es lo decisivo. El debate ya aparece en Marx cuando analiza los contradictorios efectos del telégrafo, que luego, junto al ferrocarril y el teléfono, fueron decisivos en las revoluciones mexicana y bolchevique. Internet ha facilitado la recuperación de las izquierdas mundiales desde finales del siglo XX, y el uso en red de la telefonía móvil es un arma que ha cosechado algunas victorias. Todo esto es cierto, pero existen tres preguntas que debemos responder: ¿cómo maximizar sus potencialidades?, ¿de quién son esos medios?, y ¿qué haremos cuando el capital nos los cierre? Cuando surgió la imprenta, el Vaticano y el resto de poderes se lanzaron a controlar su uso, estableciéndose una batalla que todavía se libra. La prensa diaria la inventó el cardenal Richelieu, y Napoleón cerró la mayoría de los periódicos para aumentar su poder. Sabemos que los Estados pueden cerrar Internet, bloquear la telefonía móvil, etc., cuando quieran, sumergiéndonos en el “silencio informativo”. ¿Qué hacer entonces? La respuesta pasa por el debate sobre la organización militante: es la práctica personal, el contacto cara a cara, la conversación y el debate en la práctica lo que maximiza el potencial de los nuevos medios, y el que confirma las relaciones establecidas electrónicamente. Sin la práctica en la calle, Internet degenera en el “ciberizquierdismo” sin realidad material. Es la lucha organizada la única que puede crear redes capaces de aguantar durante más tiempo las censuras y cierres, y la única capaz de pensar lo que hay que hacer bajo el “silencio informativo”, activando otros medios ya pensados con anterioridad.
Y la cuarta y definitiva es la confirmación histórica del argumento central: tarde o temprano se agudizarán las contradicciones sociales, volverán las luchas y la burguesía endurecerá su política. No es determinismo catastrofista, sino conocimiento de la evolución burguesa entre expansiones y crisis. Conforme se gesta, expande e intensifica la crisis, la necesidad de la organización revolucionaria se vuelve impostergable, pero la solución de este problema que puede llegar a ser decisivo, dependerá de cómo se haya actuado en los tediosos períodos de calma y “normalidad”, cuando algunos generalizan la idea errónea de que ha desaparecido la explotación o de que se ha suavizado tanto que ya no son necesarias “caducas teorías”. Si ningún colectivo ha mantenido vivo el embrión organizativo la burguesía apenas encontrará resistencias organizadas y menos aún programas revolucionarios que faciliten el salto del malestar social a la conciencia política dentro de un programa de transformación socialista. La derecha campará a sus anchas, sabedora de que tiene muchos recursos para impedir que la indignación de una minoría se transforme en rebelión de la mayoría. La derecha sabe por experiencia propia que uno de los peores peligros para su sistema es el crecimiento de organizaciones revolucionarias, las únicas que pueden actuar como mediaciones entre la indignación y la rebelión.