jueves, 29 de marzo de 2012

La memoria ardiente, la lucha inagotable.

Pasan los días, las horas, los minutos, y el camino muchas veces se ve difícil; la meta inalcanzable, el futuro incierto, la guerra perdida. ¿Es acaso el fin de todos nuestros anhelos? El camino huele a pólvora, regado con sangre del pueblo. Está oscuro porque se nos ha negado ver la luz, porque de tanta claridad fuimos soñadores y, siendo realistas, pedimos lo imposible.
Con cañones y fusiles intentaron callar la voz rebelde. Mataron a hombres y mujeres, mas no a sus ideas. La memoria arde, inquieta, queriendo hablar, ¡gritar!; queriendo ser pueblo nuevamente.
El viejo mundo se niega a morir: patalea, muerde, golpea; simplemente, no quiere dejar de existir. Es por eso que el joven debe ser el asesino de ese viejo mundo. Debe luchar contra él hasta vencer.
Que la memoria haga arder las hogueras, rompa los muros, trace los mapas, porque en nuestra memoria yacen los eternamente olvidados, los sin historia, los nunca escuchados, los siempre ignorados y sólo en ella los compañeros tienen vida eterna.
Que el recordarlos no sea para llorarlos, para lamentarnos, para afligirnos. Tampoco debe ser para realizar conmemoraciones simbólicas, actos ecuménicos o reuniones formales, si no que nos sirva para no olvidar que, por su muerte, su proyecto quedó inconcluso, y es por ello que debemos seguir luchando.



Que hoy, 29 de marzo de 2012, la conmemoración del asesinato de los hermanos Eduardo y Rafael Vergara Toledo no nos haga retroceder por el miedo, si no que avanzar sin temor hacia la unidad, la fuerza y el poder. Abrazando el recuerdo, cual memoria ardiente, de esos luchadores que dieron la vida por el proyecto revolucionario, saludamos a las futuras generaciones que, con la mira puesta en el enemigo, han decidido rendir la lucha inagotable pues, como diría el Che: “si el presente es lucha, el futuro es nuestro”.

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